El uso de las barricas de roble tal y como lo conocemos hoy en día no fue sino una casualidad
Hoy en día el uso de las barricas de roble –ya sea francés o americano- está totalmente instaurado en el mundo del vino y sin barricas no concebiríamos el vino tal y como lo hacemos. Su origen y uso tuvo en un principio un propósito bastante alejado del que conocemos en la actualidad: servían para transportar el vino de forma fácil y rápida.
Hace miles de años, cuando las civilizaciones griega y romana estaban en pleno apogeo y el vino era un manjar de los dioses, su almacenamiento y transporte se realizaba en ánforas de arcilla.
Sólo se conoce un caso, en la región de Mesopotamia, donde se utilizaban barricas de madera de palma para transportar el vino.
Durante siglos, el ánfora de arcilla fue el recipiente en el que se almacenó y transportó el vino, pero era delicado y tendía a romperse. Cuando los romanos iniciaron la expansión del Imperio Romano, realizando largas travesías en las que cargaban no sólo con armas y comida, sino también con las ánforas de vino, comprobaron que cada vez les resultaba más difícil transportarlo.
Cuando el Imperio Romano conquistó Galia, los romanos descubrieron que los galos utilizaban barricas de madera de roble para almacenar cerveza. Éstos aprendieron a elaborarlas humidificando y calentando las tablas para darles la forma deseada, siguiendo el mismo proceso con el que fabricaban sus barcos.
La madera más común para fabricar las barricas era el roble, popular por sus múltiples características: era fácil de doblar, una de las maderas más abundantes en los bosques de Europa y, por último, era una madera impermeable por lo que el vino no se filtraba y permanecía intacto en su interior.
Tras este descubrimiento, los romanos abandonaron las ánforas y empezaron a utilizar las barricas pues no se rompían durante el transporte y además no era necesario cargar con ellas ya que su forma circular permitía hacerlas rodar por el suelo. En menos de 200 años la famosa vasija de arcilla dejó paso a las barricas de roble, otorgando, sin saberlo, un giro inesperado a las propiedades del vino.
Los romanos y otras civilizaciones que llegaron tras ellos, a lo largo de los siglos, se percataron de que el vino tras pasar tiempo almacenado en las barricas sabía mejor y estaba más suave.
Además, contaba con nuevos aromas que no tenía antes de pasar por la barrica como canela, especias o vainilla, procedentes del característico tostado de la madera. Así descubrieron que el vino mejoraba tras su contacto con la madera y empezaron a almacenarlo en barricas con este fin, para dotarlo de ese toque especial, aunque el transporte seguía siendo una parte importante de su uso.
¿Barrica vieja o nueva?
Las barricas no contaban con “fecha de caducidad” y se utilizaban las mismas una y otra vez tanto para transportar el vino como para almacenarlo.
Fue a partir de los años 80 del siglo XX cuando los Grand Cru Casèe del Medoc implantaron la fermentación y la crianza en barricas de roble nuevo, extendiéndose este método por el Libournais.
Roble francés y roble americano
Además, con el paso de los años, el material de elaboración también ha evolucionado. Cuando los celtas empezaron a elaborar las barricas utilizaban roble francés, cuyo uso se extendió tras el descubrimiento de los romanos. Hoy en día existen diferentes materiales con los que elaborar las barricas aunque el de preferencia sigue siendo el roble.
El roble americano, de poro más abierto y precio inferior, se utiliza también para hacer barricas, sin embargo, su uso es más reciente según explica el Museo Nacional de Historia Americana. En los años 50 del pasado siglo, siguiendo el ejemplo de los franceses, algunos bodegueros californianos quisieron experimentar con sus vinos almacenándolos en pequeñas barricas de roble americano (imitando un tamaño similar al de las barricas francesas), en lugar de almacenarlos en fudres. Descubrieron entonces que las barricas concentraban mejor los sabores y aromas y empezaron a madurar sus vinos en barricas de 225 litros hechas con roble americano.
Adiós a la madera
Hoy en día muchas bodegas han dado la espalda a la madera en busca de nuevas o viejas alternativas para fermentar y envejecer sus vinos. Opciones como la arcilla o el cemento se están poniendo de moda y están dando lugar a nuevos métodos de crianza.
En el siglo XIX algunas bodegas españolas como Marqués de Murrieta y Marqués de Riscal introdujeron en España el uso exclusivo de barricas para envejecer sus vinos, siendo pioneras en el país. A partir del siglo XX otras bodegas se unieron a ellas, convirtiéndose en una práctica común en España.
Ya en pleno siglo XX con la barrica instaurada como un símbolo de la elaboración de vino, bodegas como Vegalfaro, Celler del Roure o Ánima Negra, han decidido explorar nuevas posibilidades fermentando y envejeciendo sus vinos lejos de la madera. Crianza en tinajas de barro, fermentación en depósitos de cemento, envejecimiento en ánforas,…
A pesar de estos nuevos métodos, la barrica de roble sigue siendo el método estrella para el envejecimiento de vinos, ya sea francés o americano, nuevo o viejo. Su descubrimiento fue, ha sido y es uno de los grandes hitos de la historia, sin el cual, el vino que bebemos hoy en día no sería el mismo.