Cada persona tiene una iniciación diferente al mundo de vino, mientras algunos tienen la suerte de comenzar esa ruta por herencia cultural, haciendo de su presencia en las mesas familiares un invitado frecuente; otros cuantos lo descubrimos al iniciar nuestra vida adulta. En mi caso, fue durante mi estancia temporal en una de las ciudades francesas más representativas del vino, la hermosa y burguesa ciudad de Burdeos. Desde hace ya doce años, mi gusto por el vino se ha incrementado y mi conocimiento de él se ha extendido a tal grado que se ha vuelto imposible no compartirlo.
He bebido vino en casi cualquier ambiente: social, de pareja, laboral y familiar, pero sin duda la que prefiero es la que tomo cuando estoy agotada. Una copa de buen vino basta para descartar las preocupaciones innecesarias que se van acumulando durante el día. Tras ese ajetreo cotidiano que demanda nuestra atención y energía, una justa porción de esta bebida ancestral y cultural, nos es suficiente para “re centrarnos”.
Sorbo a sorbo la bebida que bebieron reyes y profetas nos acerca a nosotros mismos, nos revela lo que realmente somos y nos permite escribir, relatar e intimar con mayor libertad. No se trata de evadir, sino de DESCUBRIR. No se bebe vino, se vive la experiencia de “ser vinícola“.
En este viaje recorreremos algunas rutas, ciudades, viñedos, relatos, historias, su estudio, su cultivo, y hasta las innovaciones que se van dando dentro de la industria vinícola. Y claro, quien guste del buen vino deberá arriesgarse a conocer algunas palabras en francés… Así pues, demos inicio a esta aventura vinícola… à la votre !
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