Nuestra primer parada vacacional la realizamos en la hermosa isla de Córcega, también conocida como Corsica. Ubicada en la costa azul francesa, este destino turístico de cinco estrellas es una vasta región montañosa que recibe con agrado la brisa marítima del Mediterráneo.
Siendo sus temperaturas mayormente templadas, se posibilita la cosecha de uvas y cepas que cuentan con la denominación regional de Vin de Pays de l’Île de Beauté (Vino del País de la Isla de la Belleza).
Personalmente puedo decir que quedé impactada con la belleza de sus paisajes. El poblado de Cargèse, al oeste de la isla, cuenta con una riqueza histórica que se devela al recorrer sus calles empinadas y sus coloridas fachadas.
La gastronomía, fruto de su legado histórico, es una mezcla de influencias griegas e italianas que se perciben en los patés, los embutidos, las salchichas secas y las pastas con pescados y mariscos.
Uno de los platillos típicos de la isla es el estofado de jabalí, de textura muy similar a la de cerdo, pero mucho menos grasosa ¡ Imprescindible probarlo con vinos de la región !
En lo que respecta a los vinos, esta isla cuenta con nueve denominaciones de origen controlado y cultiva una amplia gama de cepas, de las cuales tres son autóctonas, es decir, originarias de estas tierras: la Sciaccarella, la Niellucio y la Vermentinu. Como ven, la influencia italiana es evidente.
No hay que dejar de lado la importante producción corsa de de vinos rosados, en su mayoría secos o semi secos, aunque los hay también dulces sin olvidar los espumosos. Muy ad hoc para el ambiente mediterráneo.
Personalmente, me enamoré de los vinos rosados pues debido al clima veraniego y la proximidad del mar, una bebida fresca se antoja a casi cualquier hora del día (y de la noche). El rosado Supranu de la uva tipo Cinsault pasó la prueba de frescura, con sabores y aromas de carácter elegante semi dulces, resulta un aliado excelente para acompañar carnes, charcuterie (embutidos) y quesos.
Y no lo olviden, a degustar frente al Mediterraneo. À la votre !