La sequía y el aumento de la temperatura media han alterado los procesos de maduración de la uva y la producción del vino.
Las principales bodegas están adaptando sus cultivos y buscan variedades resistentes en un escenario cada vez más cambiante.
Cada vez se están plantando más viñedos a alturas que superan los mil metros.
Clima en las alturas
Tenemos que tener en cuenta que cada 100 metros que ascendemos en un terreno, la temperatura media desciende aproximadamente 0.8 grados, además de aumentar la insolación, ya que cada vez encontraremos menos capa atmosférica filtrante para los rayos solares, lo que trae aparejado un engrosamiento de los hollejos para defender a la uva.
Al mismo tiempo, se logra la buscada amplitud térmica por altitud (por ejemplo, en algunos viñedos patagónicos, eso se consigue por latitud).
Allá arriba también, las permanentes brisas colaboran con la sanidad del viñedo, evitando la acumulación de humedad, siendo más posible la aplicación de técnicas orgánicas o biodinámicas.
Suelo
En el caso del suelo, como en la mayoría de las elevaciones, tiende a ser pedregoso y permeable, permitiendo un mejor drenaje del agua y evitando su acumulación excesiva.
Pero se debe prestar atención a los niveles de insolación, para no pasarse de la raya.
Es importante que exista una diferencia térmica entre el día y la noche, sino que también las distintas estaciones del año deben estar bien marcadas y diferenciadas.
Esto, insisto, es la base de la viticultura de calidad. Y la altitud del viñedo colabora en cierta forma en que así sea, ya que encontrándonos en una zona que no sea fresca, plantando un viñedo en la altura, lo vamos a conseguir, sin movernos de esa misma zona.
Igualmente no debemos olvidarnos de un detalle: casi nunca en viticultura uno más uno es dos: todo es relativo, susceptible y discutible.