A la hora de elegir un vino, nos encontramos que muchos de ellos llevan la palabra Joven, Crianza, Reserva o Gran Reserva. Pero, ¿qué nos indica esto?
La característica que señalan con esta palabra es, básicamente, el tiempo de envejecimiento que ha pasado el vino, esto es, el tiempo que ha estado en tanto en barrica como en botella antes de ser puesto a la venta.
El paso por madera modifica y potencia las características iniciales de un vino. En función del tiempo que esté en contacto con ella, los cambios se apreciarán en mayor o menor medida. Por lo general, altera su color, haciendo que se vuelva de tonos más oxidados, dota de aromas tostados y avainillados en nariz, y aporta mayor estructura en boca.
El tiempo establecido puede variar según los Consejos Reguladores de las diferentes Denominaciones de Origen, pero podemos clasificarlos de la siguiente manera:
Joven:
No han estado en barrica o han pasado un corto período en ella. Son indicados para consumir dentro del año.
Roble:
Es un vino con alguna crianza en barrica, pero sin llegar a los períodos de crianza establecidos, que pretende ofrecer las ventajas del vino joven (afrutados y enérgicos), junto al aroma de su corto aunque intenso paso por barrica.
Crianza:
Vinos que maduran durante dos años, de los cuales deben permanecer en barrica como mínimo 6 meses, pudiendo alcanzar los 12 meses.
Reserva:
Vinos seleccionados por su calidad. Deben madurar tres años, de los cuales aproximadamente 18 meses han de permanecer en barrica y 2 años de reposo en botella.
Gran Reserva:
Solo se elaboran con vinos de cosechas de gran calidad. Estos son los que necesitan mayor maduración, unos cinco años. Antes de salir al mercado permanecen unos 18 meses en barrica y unos tres años y medio (42 meses) de reposo en botella.
La oferta es muy amplia, por lo que lo más indicado será probar las diferencias que aporta cada tiempo en barrica y seleccionar los matices que mejor se adapten al momento, comida o compañía con los que queramos armonizar nuestro vino.